martes, 2 de mayo de 2023

Estaba María santa


Lope de Vega

Estaba María santa

Contemplando las grandezas

De la que de Dios sería

Madre santa y Virgen bella

El libro en la mano hermosa,

Que escribieron los profetas,

Cuanto dicen de la Virgen

¡Oh qué bien que lo contempla!

Madre de Dios y virgen entera,

Madre de Dios, divina doncella.


Bajó del cielo un arcángel,

Y haciéndole reverencia,

Dios te salve, le decía,

María, de gracia llena.

Admirada está la Virgen

Cuando al Sí de su respuesta

Tomó el Verbo carne humana,

Y salió el sol de la estrella.

Madre de Dios y virgen entera,

Madre de Dios, divina doncella.


jueves, 20 de abril de 2023

Via, Veritas et Vita

 

Amado Nervo

Ver en todas las cosas
de un espíritu incógnito las huellas;
contemplar
sin cesar
en las diáfanas noche misteriosas,
la santa desnudez de las estrellas...
¡Esperar!
¡Esperar!
¿Qué? ¡Quién sabe! Tal vez una futura
y no soñada paz... Sereno y fuerte,
correr esa aventura
sublime y portentosa de la muerte.

Mientras, amarlo todo, y no amar nada,
sonreír cuando hay sol y cuando hay brumas;
cuidar de que en el áspera jornada
no se atrofien las alas, ni oleada
de cieno vil ensucie nuestras plumas.

Alma: tal es la orientación mejor,
tal es el instintivo derrotero
que nos muestra un lucero
interior.

Aunque nada sepamos del destino,
la noche a no temerlo nos convida.
Su alfabeto de luz, claro y divino,
nos dice: «Ven a mí: soy el Camino,
la Verdad y la Vida».

miércoles, 12 de abril de 2023

Secuencia de la Octava de Pascua

 

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia 
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.

jueves, 8 de diciembre de 2022

La nit de la Puríssima

Quin cel més blau aquesta nit!

Sembla que s vegi l’Infinit
en tota sa grandesa,
en tota sa dolcesa;
l’Infinit sense vels,
més enllà de la lluna i dels estels.

La lluna i els estels brillen tant clars
en el blau infinit de la nit santa,
que l’ànima s’encanta
enllà…

Aquesta nit és bé una nit divina:
la Purissima, del cel
va baixant per’quest blau que ella il•lumina,
deixant més resplendors en cada estel.

Per la nit de Desembre ella devalla,
i l’aire s’atempera, i el món calla.
Devalla silenciosa…
Ai, quina nit més blava i més hermosa! 

jueves, 13 de octubre de 2022

Vía Crucis, Gerardo Diego

 

Poesías para la Semana Santa

Gerardo Diego


Via Crucis

 

 

OFRENDA

 

Dame tu mano, María,

la de las tocas moradas.

Clávame tus siete espadas

en esta carne baldía.

Quiero ir contigo en la impía

tarde negra y amarilla.

Aquí en mi torpe mejilla

quiero ver si se retrata

esa lividez de plata,

esa lágrima que brilla.

 

Déjame que te restañe

ese llanto cristalino,

y a la vera del camino

permite que te acompañe.

Deja que en lágrimas bañe

la orla negra de tu manto

a los pies del árbol santo

donde tu fruto se mustia.

Capitana de la angustia

no quiero que sufras tanto.

 

Qué lejos, Madre, la cuna

y tus gozos de Belén:

- No, mi Niño. No, no hay quien

de mis brazos te desuna.

Y rayos tibios de luna

entre las pajas de miel

le acariciaban la piel

sin despertarle. Qué larga

es la distancia y qué amarga

de Jesús muerto a Emmanuel.

 

¿Dónde está ya el mediodía

luminoso en que Gabriel

desde el marco del dintel

te saludó: -Ave, María?

Virgen ya de la agonía,

tu Hijo es el que cruza ahí.

Déjame hacer junto a ti

ese augusto itinerario.

Para ir al monte Calvario,

cítame en Getsemaní.

 

A ti, doncella graciosa,

hoy maestra de dolores,

playa de los pecadores,

nido en que el alma reposa.

A ti, ofrezco, pulcra rosa,

las jornadas de esta vía.

A ti, Madre, a quien quería

cumplir mi humilde promesa.

A ti, celestial princesa,

Virgen sagrada María.

 

 

PRIMERA ESTACIÓN

 

Jesús sentenciado a muerte.

No bastan sudor, desvelo,

cáliz, corona, flagelo,

todo un pueblo a escarnecerte.

Condenan tu cuerpo inerte,

manso Jesús de mi olvido,

a que, abierto y exprimido,

derrame toda su esencia.

Y a tan cobarde sentencia

prestas en silencio oído.

 

Y soy yo mismo quien dicto

esa sentencia villana.

De mis propios labios mana

ese negro veredicto.

Yo me declaro convicto.

Yo te negué con Simón.

Te vendí y te hice traición,

con Pilatos y con Judas.

Y aún mis culpas desanudas

y me brindas el perdón.

 

 

SEGUNDA ESTACIÓN

 

Jerusalén arde en fiestas.

Qué tremenda diversión

ver al Justo de Sión

cargar con la cruz a cuestas.

Sus espaldas curva, prestas

a tan sobrehumano exceso

y, olvidándose del peso

que sobre su hombro gravita,

con caridad infinita

imprime en la cruz un beso.

 

Tú el suplicio y yo el regalo.

Yo la gloria y Tú la afrenta

abrazado a la violenta

carga de una cruz de palo.

Y así, sin un intervalo,

sin una pausa siquiera,

tal vivo mi vida entera

que por mí te has alistado

voluntario abanderado

de esa maciza bandera.

 

 

TERCERA ESTACIÓN

 

A tan bárbara congoja

y pesadumbre declinas,

y tus rodillas divinas

se hincan en la tierra roja.

Ya no hay nadie que te acoja.

En vano un auxilio imploras.

Vibra en ráfagas sonoras

el látigo del blasfemo.

Y en un esfuerzo supremo

lentamente te incorporas.

 

Como el cordero que viera

Juan, el dulce evangelista,

así estás ante mi vista

tendido con tu bandera.

Tu mansedumbre a una fiera

venciera y humillaría.

Ya el Cordero se ofrecía

por el mundo y sus pecados.

Con mis pies atropellados

como a un estorbo le hería.

 

 

 

CUARTA ESTACIÓN

 

Se ha abierto paso en las filas

una doliente Mujer.

Tu Madre te quiere ver

retratado en sus pupilas.

Lento, tu mirar destilas

y le hablas y la consuelas.

¡Cómo se rasgan las telas

de ese doble corazón!.

Quién medirá la pasión

de esas dos almas gemelas!

 

¿Cuándo en el mundo se ha visto

tal escena de agonía?.

Cristo llora por María.

María llora por Cristo.

¿Y yo, firme, lo resisto?.

¿Mi alma ha de quedar ajena?.

Nazareno, Nazarena,

dadme, siquiera, un poco

de esa doble pena loca,

que quiero penar mi pena.

 

 

 

QUINTA ESTACIÓN

 

Ya no es posible que siga

Jesús el arduo sendero.

Le rinde el plúmbeo madero.

Le acongoja la fatiga.

Mas la muchedumbre obliga

a que prosiga el cortejo.

Dure hasta el fin del festejo.

Y la muerte se detiene

ante Simón de Cirene,

que acude tardo y perplejo.

 

Pudiendo, Jesús, morir,

¿por qué apoyo solicitas?.

Sin duda es que necesitas

vivir aún para sufrir.

Yo también quise vivir,

vivir siempre, vivir fuerte.

Y grité: - Aléjate, muerte.

Ven Tú, Jesús cireneo.

Ayúdame, que en Ti creo

y aún es tiempo de ofenderte.

 

 

 

SEXTA ESTACIÓN

 

Fluye sangre de tus sienes

hasta cegarte los ojos.

Cubierto de hilillos rojos

el morado rostro tienes.

Y al contemplar cómo vienes,

una mujer se atraviesa,

te enjuga el rostro y te besa.

La llamaban la Verónica.

Y exacta tu faz agónica

en el lienzo queda impresa.

 

Si a imagen y semejanza

tuya, Señor, nos hiciste,

de tu imagen me reviste

firme a olvido y a mudanza.

Será mayor mi confianza

si en mi alma dejas la huella

de tu boca que nos sella

blancas promesas de paz,

de tu dolorida faz,

de tu mirada de estrella.

 

 

SÉPTIMA ESTACIÓN

 

Largo es el camino y lento,

y el Cireneo se rinde.

Él se ha trazado una linde

en su oscuro pensamiento.

Mientras disputa violento,

deja que la cruz se hunda

total, maciza, profunda,

sobre aquel único hombro.

Y como un humano escombro

cae Jesús, por vez segunda.

 

¿Otra vez, Señor, en tierra,

abrazado a tu estandarte?.

Ese insistente postrarte

¿qué oculto sentido encierra?.

Mas ya te entiendo. En la guerra

por Ti luchando, transido

caeré en tierra malherido,

¿y no he de alzarme ya más?.

Yo sé que Tú me darás

la mano, si te la pido.

 

 

OCTAVA ESTACIÓN

 

Qué vivo dolor aflige

a estas mujeres piadosas,

madres, hermanas, esposas,

sin culpa del "crucifige".

Jesús a ellas se dirige.

Sus palabras oídlas bien:

- Hijas de Jerusalén.

Llorad vuestro llanto, sí,

por vosotras, no por mí.

Por vuestros hijos también.

 

Por nosotros mismos, cierto.

Pero ¿quién por Ti no llora?.

Haz que llore hora tras hora

por mí tibio y por Ti yerto.

Riégame este estéril huerto.

Quiébrame esta torva frente.

Ábreme una vena ardiente

de dulce y amargo llanto,

y espanta de mí este espanto

de hallar cegada mi frente.

 

 

 

NOVENA ESTACIÓN

 

Ya caíste una, dos veces,

la rota túnica pisas

y aún entre mofas y risas

tendido a mis pies te ofreces.

Yo no sé a quién me pareces,

a quién me aludes así.

No sé que haces junto a mí,

derribado con tu leño.

Yo no sé si ha sido un sueño,

o si es verdad que te vi.

 

Y yo caigo una, dos, tres,

y otra vez más, y otra, y tantas.

Siempre tus espaldas santas

me sirvieron de pavés.

Ahora siento bien cual es

la razón de tus caídas.

Sí. Porque nuestras vencidas

almas no te tengan miedo

caes, oh humilde remedo,

y a abrazarte las convidas.

 

 

DÉCIMA ESTACIÓN

 

Ya desnudan al que viene

a las rosas y a los lirios.

Martirio entre los martirios

y entre las tristezas triste.

Qué sonrojo te reviste,

cómo tu rostro demudas

ante aquellas manos rudas

que te arrancan los vestidos

de sangre y sudor teñidos

sobre tus carnes desnudas.

 

Bella lección de pudores

la que en este trance dictas,

tus candideces invictas

coloridas de rubores.

Tú, que has teñido las flores

de tintas tan sonrosadas,

que en las castas alboradas

las nubes vistes de oro,

ay, devuélveme el tesoro

de mis flores marchitadas.

 

 

UNDÉCIMA ESTACIÓN

 

Por fin en la cruz te acuestas.

Te abren una y otra mano,

y un pie y otro soberano,

y a todo, manso, te prestas.

Luego entre Dimas y Gestas,

desencajado por crueles

distensiones de cordeles,

te clavan crucificado

y te punzan el costado

y te refrescan las hieles.

 

Y que esto llegue es preciso

y así todo se consuma,

y, a la carga que te abruma,

el cuello inclinas sumiso.

- Conmigo en el paraíso

serás hoy - al buen ladrón

prometes. Tierna lección

la de tus palabras ciertas.

Toma mis manos abiertas.

Toma mis pies: tuyos son.

 

 

DUODÉCIMA ESTACIÓN

 

Al pie de la cruz María

llora con la Magdalena,

y aquel a quien en la Cena

sobre todos prefería.

Ya palmo a palmo se enfría

el dócil torso entreabierto.

Ya pende el cadáver yerto

como de la rama el fruto.

Cúbrete, cielo, de luto

porque ya la Vida ha muerto.

 

Profundo misterio- El Hijo

del Hombre, el que era la Luz

y la Vida, muere en cruz,

en una cruz crucifijo.

Ya desde ahora te elijo

mi modelo en el estrecho

tránsito. Baja a mi lecho

el día que yo me muera,

y que mis manos de cera

te estrechen sobre mi pecho.

 

 

PENÚLTIMA ESTACIÓN

 

He aquí helados, cristalinos

sobre el virginal regazo,

muertos ya para el abrazo,

aquellos miembros divinos.

Huyeron los asesinos.

Qué soledad sin colores.

Oh, Madre mía, no llores.

Cómo lloraba María.

La llaman desde aquel día

la Virgen de los Dolores.

 

¿Quién fue el escultor que pudo

dar morbidez al marfil?.

¿Quién apuró su buril

en el prodigio desnudo?.

Yo, Madre mía, fui el rudo

artífice, fui el profano

que modelé con mi mano

ese triunfo de la muerte

sobre el cual tu piedad vierte

cálidas perlas en vano.

 

 

ÚLTIMA ESTACIÓN

 

Fue José el primer varón

que a Jesús tomó en sus brazos,

y otro José en tiernos lazos

le estrecha de compasión.

Con grave, infinita unción

el sagrado cuerpo baja

y en un lienzo le amortaja.

Luego le da sepultura

y una piedra en la abertura

de la roca viva encaja.

 

Como póstuma jornada

de ti vía de amargura,

admiro en la sepultura

tu heroica carne sellada.

Señor, ya no queda nada

por hacer. Señor, permite

que humildemente te imite,

que contigo viva y muera,

y en luz no perecedera,

que como Tú resucite.